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L’impossibilità di tradurre e I brillanti detective

redazione Ernesto Sabato, SUR

In attesa dell’imminente pubblicazione del romanzo di Ernesto Sabato L’angelo dell’abisso per le Edizioni Sur, vi proponiamo due brani tratti dalla sua raccolta di saggi (inedita in italiano) Heterodoxia, del 1953.

di Ernesto Sabato

ACERCA DE LA IMPOSIBILIDAD DE TRADUCIR

… No hay traducciones sino una teratológica multitud de inmigrantes, cuyos rostros, cuyos acentos, mantienen todavía el aire original, pero cuya manera de vestir y de hablar imita grotescamente la manera del país que los recibió. Tal como ese Raskólnikov que sabíamos leer hace muchos años en las versiones de Maucci, que parecía deambular – mejor dicho, discurrir – por la Puerta del Sol, rodeado de golfillos y señoritingos, murmurando palabras tan increíbles como psicolabis y tentempié.

… Lo que es inevitable, porque la lengua viva de un pueblo está entrañablemente enlazada a su historia, a sus montañas, a sus árboles, a su tierra y a su cielo. Y las palabras tienen el color y el olor de la tierra en que se formaron. Raskólnikov toma té con olor a chocolate. El lenguaje de la vida, equívoco, oblicuo e insinuante, está adherido al paisaje como una sonrisa al rostro que la sostiene. Trasladar un texto literario a otro idioma es empresa tan melancólicamente ineficaz como la de esos millonarios americanos que imaginan poder traerse los viejos fantasmas de un castillo escocés reconstruyendo el castillo en Wisconsin.

… Las únicas traducciones rigurosamente posibles son las de la ciencia, porque sus expresiones son lógicas y sus palabras unívocas. La proposición “el calor dilata los cuerpos” puede ser trasladada a cualquier idioma sin que su espíritu pierda un ápice de su sentido.

… En cambio, las traducciones literarias son una temblorosa tentativa de interpretar un mensaje de signos equívocos mediante otro conjunto de signos equívocos.
… Así como una misma nota musical cobra distinto timbre en diferentes instrumentos, la misma palabra producirá distintas resonancias al pasar de una lengua a otra. Decimos vaso en francés, y al pronunciar verre ya está sonando su primera armónica: vidrio y, como consecuencia, ya nos llegan lejanas resonancias de fragilidad, de transparencia, de sonoridad. Ninguna de estas armónicas superiores subsiste en castellano, mientras aparecen otras que confieren diferente timbre a la palabra traducida. La fidelidad a la nota fundamental habrá implicado así infidelidad a las resonancias, y a los sutiles estremecimientos que un buen escritor logra provocar con esas resonancias.

… Esas armónicas pueden tener origen en la etimología, en la historia de un pueblo, en sus clásicos, en la psicología de sus gentes, en sus leyendas, en sus sangrientas luchas fratricidas: todo único e intransferible. La palabra ceibo no tiene las mismas sugerencias para un francés que para nosotros.
… Más que nacional, el lenguaje es en última instancia individual. El formidable y casi desesperanzado problema del artista es el de trascender su subjetividad mediante sus voces, sus desesperados murmullos, sus equívocos signos. Y lo increíble es que lo logra.

ACERCA DE LOS BRILLANTES DETECTIVES
… El género policial estricto, desde sus orígenes, busco la originalidad y la sorpresa. Una de las paradojas que inauguró fue la de prescindir de la policía; quiero decir, la de reemplazar un cuerpo profesional atacado de perenne idiotez por brillantes aficionados que descubren los enigmas más intrincados entre dos estudios de arte chino o dos partidas de bridge. Así comenzaron a desfilar maîtres retirados, como Hermes Theocopullos; rentistas melómanos y einstenianos, como Philo Vance; caballeros geniales, como Sherlock Holmes. Que yo sepa, la reducción al absurdo de esta raza fue lograda por dos escritores argentinos -Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares-, al inventar a don Isidro Parodi, detective aficionado que resuelve las charadas criminales encerrado en su celda de la Penitenciaría Nacional. Parodi resulta así la réplica exacta del astrónomo puro Leverrier, que enclaustrado en su cuarto de matemático, mediante el razonamiento puro, descubre un nuevo planeta.

… La raíz de este fenómeno debe buscarse en la esencia racionalista y leibniziana del género policial estricto. No habría sido verosímil encomendar los complicados procesos lógicos a un cuerpo tan reconocidamente tonto como el cuerpo policial, que si bien ha producido campeones de box no ha dado jamás un filósofo de cierto renombre. na da impide, en cambio, que esos sagaces detectives se encuentren fuera, entre rentistas refinados o profesores de ciencias. Estos aficionados deben estar dotados de una genial lucidez, apta para distinguir la trama racional debajo del confuso caos de la realidad, las vérites de raison debajo de las vérites de fait. De modo que hasta don Isidro, con su matecito azul y su cucheta, resulta un modesto simulacro de Dios leibniziano: encerrado entre las cuatro paredes de su celda, realiza una discreta y suburbana versión de la characteristica universalis.

… Pero el género nació de la noble necesidad de racionalizar y asombrar, lo que lo impulsa a una constante renovación de recetas. Y así como al comienzo el criminal era el individuo menos sospechoso y luego fue menester abandonar esa ingenua variante porque no puede asombrar más que una sola vez; del mismo modo se trató de inyectar una curiosa originalidad haciendo que los crímenes los descubra la policía: el bondadoso comisario Maigret, de Simenon, o el inspector Buhle, de Peyrou. Claro que ya no es el torpe funcionario de antes sino un policía que sólo es concebible después del género policial, después de este viaje de ida y vuelta hasta el reino de la logística. Este detective de Peyrou no golpea ni tortura: es tranquilo y eficaz; y ha traído del amateurismo esa singular propensión a la cultura filosófica que llega significativamente hasta la admiración por Leibniz.

… De este modo, al final de su excéntrico periplo, la narración policial se acerca a la realidad, ya que, al fin de cuentas, nunca se ha visto que un crimen verdadero haya sido descubierto por un golfista o un crítico de arte; mal o bien -generalmente mal, generalmente no en forma científica como quería Poe, generalmente con una mezcla de razonamientos y tumefacciones que acercan el género más a la física que a la matemática pura- es siempre la policía quien descubre los crímenes. No me parece malo que de vez en cuando también los novelistas policiales reconozcan este moderado hecho.

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